Palabras como; imposible, inviable, insuperable, desagradable, incapaz o preocupación, entre otras, son una «bomba» que nos hace tambalear y que nos saca de nuestro centro de control.
Sí por el contrario, cuando nos observamos utilizándolas y nos hacemos conscientes de su inmenso poder, podemos transformarlas en otras como, posible, viable, superable, agradable, capaz u oportunidad, revirtiendo y transformando dichas emociones negativas en otras que despierten sensación de bienestar, tranquilidad e incluso motivación para devolvernos nuestro propio control emocional.
El Dr. Mario Alonso Puig lo resume en su libro «Reinventarse» con la siguiente cita;
El relato japonés «El samurái y el maestro Wei» nos recuerda el extraordinario poder de las palabras y su capacidad para alterar nuestras emociones.
«Había una vez un samurái que era muy diestro con la espada y a la vez muy soberbio y arrogante. De alguna manera, él sólo se creía alguien y algo cuando mataba a un adversario en un combate y, por eso, buscaba continuamente ocasiones para desafiar a cualquiera ante la más mínima afrenta. Era de esta manera como el samrái mantenía su idea, su concepto de sí mismo, su férrea identidad.
En una ocasión, este hombre llegó a un pueblo y vio que la gente acudía en masa a un lugar. El samurái paró en seco a una de aquellas personas y le preguntó:
– ¿Adonde vais todos con tanta prisa?
– Noble guerrero – Le contestó aquel hombre que, probablemente, empezó a temer por su vida -, vamos a escuchar al maestro Wei.
– ¿Quién es ese tal Wei?
– ¿Cómo es posible que no le conozcas, si el maestro Wei es conocido en toda la región?
El samurái se sintió como un estúpido ante aquel aldeano y observó el respeto que aquel hombre sentía por ese tal maestro Wei y que no parecía sentir por un samurái como él. Entonces decidió que aquel día su fama superaría a la de Wei y por eso siguió a la multitud hasta que llegaron a la enorme estancia donde el maestro Wei iba a impartir sus enseñanzas.
El maestro Wei era un hombre mayor y de corta estatura por el cual el samurái sintió de inmediato un gran desprecio y una ira contenida.
Wei comenzó a hablar:
– En la vida hay muchas armas poderosas usadas por el hombre y, sin embargo, para mí, la más poderosa de todas es la palabra.
Cuando el samurái escuchó aquello, no pudo contenerse y exclamó en medio de la multitud:
– Sólo un viejo estúpido como tú puede hacer semejante comentario.- Entonces, sacando su katana y agitándola en el aire, prosiguió.- Ésta sí que es un arma poderosa, y no tus estúpidas palabras.
Entonces Wei, mirándole a los ojos, le contestó:
– Es normal que alguien como tú haya hecho ese comentario; es fácil ver que no eres más que un bastardo, un bruto sin ninguna formación, un ser sin ningunas luces y un absoluto hijo de perra.
Cuando el samurái escuchó aquellas palabras, su rostro enrojeció y con el cuerpo tenso y la mente fuera de sí comenzó a acercarse al lugar donde Wei estaba.
– Anciano, despídete de tu vida porque hoy llega a su fin.
Entonces, de forma inesperada, Wei comenzó a disculpase:
– Perdóname, gran señor, sólo soy un hombre mayor y cansado, alguien que por su edad puede tener los más graves de los deslices. ¿Sabrás perdonar con tu corazón noble de guerrero a este tonto que en su locura ha podido agraviarte?
El samurái se paró en seco y le contestó:
– Naturalmente que sí, noble maestro Wei, acepto tus excusas.
En aquel momento Wei le miró directamente a los ojos y le dijo:
– Amigo mío, dime: ¿son o no poderosas las palabras?